(Fata Morgana, Zdenek Kopac)
Te evoqué en el letargo de mi entresueño ardiente el día en que el viento me devolvió tu imagen regalada y trashumante entre destellos de luz sobre mil piedras calcinantes.
Te vi aún sin creerlo, a lo lejos, espejeando entre los arenales de mi nostalgia como el engaño perfecto del mejor de mis abismos.
He podido verte en el trovar de tus musas, soñando entre mis imágenes brumosas, ardiendo entre los espejismos de mi memoria y buscando entre arpegios de cigarras el millar de coplas que me has prometido.
Ya estaba todo escrito cuando te divisé entre la niebla de éstas arenas para no seguir ninguna ilusión que no fuera tu tempestad, buscando la salida entre las calles de espejos con el ánimo a todo viento mientras se deshacía ante mis ojos el silencio líquido de la tarde en el desierto.
Te evoqué hasta hallarte en la plenitud inmaculada de éste silencio universal, en éstas sensaciones peregrinas de saberme entre ilusiones, donde el verso es la consigna de tus manos y las mías, donde tus besos no son más que la sensación hipnótica que me da de beber sin sentir que puedo ser la imagen de llaga mortal que me invitas a ser.
Te he visto y lo sabes y lo sientes cuando no son más que tus manos las que han de refrescar mi piel partida de sol mientras el viento no me mueve, mientras se detiene el tiempo en la inmensidad del desierto y me secas piadoso estas lágrimas secas sin que quede vestigio de ninguna memoria.
Y si es ésto falso o cierto, si no es más que la fata morgana de mis deseos, habrá de descifrarse más temprano que tarde entre los médanos ardientes y los mil senderos tortuosos de mis letras y las tuyas, aunque esté demás decirte marinero en tierra, que yo al menos... puedo verte.